martes, 28 de agosto de 2007

Umbral



Por Miguel Angel San Martín

miguelangelsanmartin@mail.com

Recuerdo que una vez, en la España de finales de los '70, vi aparecer en la tele a un señor muy alto, muy estirado, con cabellera lacia cayendo en cascada sobre sus hombros (lo que rompía el panorama de los restos del franquismo que aún quedaba en las costumbres) y unos lentes gruesos de miope con marcos de plástico, exagerados. Habló y su voz fue consecuente con la figura: profunda, ronca, fuerte...silabeando cada palabra en forma marcada...y con sonsonetes nasales...por qué no decirlo, ¡exagerados!. Como hacía poco que había llegado a radicarme en España, hasta su nombre me sonó a excesivo: Paco Umbral.
Tras la primera impresión que me causó su presencia en la ventana de la tele, me quedé para escucharle. Sus palabras siguen resonando en mi con la misma profundidad que el tono de su pronunciación. Y luego le escuché muchas veces y sus palabras dieron paso a sus ideas, a su creatividad, a su brillantez. Se esté de acuerdo o no con sus planteamientos. Personalemnte sigo pensando lo mismo: exagerado. Todo mayúsculo en el Francisco Umbral que se acaba de ir, a los 72 años de edad. Seguro que fue por eso que le dieron el Premio Príncipe de Asturias de Literatura. Tal vez fue lo mismo que recibió el Premio Cervantes de las Letras. Y han sido quizás por eso las carcajadas -también- exageradas del Rey, en conversaciones apartadas en los jardines de Palacio...
Umbral llenó las páginas de algo así como cien libros, todos con éxito. Y lanzó sus latigazos desde la prensa escrita. O su voz profunda atronaba las tertulias radiales. Porque no estaba quieto: escribía y hablaba con igual soltura, y a cada rato. Prolífico y profundo; grandote y exagerado; las letras hispanas, el pensamiento de la naciente democracia; el talento inteligente, se acaba de ir. Y no es que comparta al cien por cien sus ideas y sus posiciones. Lo que ocurre es que comparto al cien por cien su talento, su cratividad, su calculada y genial exageración... Envidio al Jardín del Edén porque lo va a tener paseando por sus pasajes, su voz atronando incrustada en el paisaje de flores eternas, alentado por los otros grandes que allí encontrará. ¡Vaya tertulia, mi amigo...vaya tertulia!.

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