jueves, 30 de agosto de 2007

La Esquina

Rubén Sanhueza Gómes
Abogado.
L A E S Q U I N A.
El colmo de un forzudo es doblar una esquina, decía una antigua lesera de las que estuvieron de moda mucho tiempo. (Así como el colmo de un juez es fallar en la cama, porque con los fríos que hacen se quedan en camita los días domingo y allí redactan los fallos). Pero la esquina seguirá siendo punto de reunión de jóvenes que aprovechan su ocio para intercambiar ideas, mejorar el mundo y piropear a las jóvenes. Sin embargo, el motivo de nuestra preocupación con la esquina es otro, partiendo de la base de que nadie sabe qué le va a pasar al doblarla. Qué nos espera en el futuro. Como algunos dicen que todo está escrito y es cuestión de esperar, se cargan para el lado del determinismo que tiene la tremenda desventaja de que el ingenio y la iniciativa propia no son suficientes para trazar un destino que ya está marcado. El poeta (A.Nervo) dijo que el hombre es el arquitecto de su propio destino y ese es el centro de la discusión. Allí están los extremos: nada sacamos con querer torcer el destino como débil varilla de estaño, por una parte; por la otra, el futuro depende de lo que nosotros queramos hacer de él. Y, como siempre, viene la tercera posición, la ecléctica: ayúdate, que yo te ayudaré. Podemos influir sobre el destino pero no construirlo enteramente. Como veo que usted se encoge de hombros, me parece que tiene clara la película.
Ahora bien, por dentro, una esquina la llamamos rincón que es refugio de arañas y bichos visibles; y de los que no se ven, las larvas. Conviven con nosotros, siempre alertas para actuar y siempre su actuación provoca una enfermedad, cuando no la muerte. No por algo los antiguos hacían y se hacen sahumerios, cuyo único fin es espantar larvas. La quema de incienso o maderas especiales las hace huir al exterior en donde deambulan buscando otro rincón pródigo. De este modo, se propicia la construcción circular porque entonces estos bichos no tienen dónde esconderse y se les espanta con facilidad. Mi amigo Ramón, en Cochiguaz, valle del Elqui al interior construyó con sus manos un remedo de templo en cañas y barro de forma circular pero como un caracol, dejando una abertura como espacio para una puerta. Allí atendía sus pacientes con exposición de manos obligando a las larvas que producían el dolor o la enfermedad, a escapar de ese cuerpo, las cuales desesperadamente buscaban una esquina para guarecerse y como no la había, seguían por la pared hasta que hallaban el hueco y escapaban al éter. La persona se levantaba restablecida. Cada cual es libre de creer o no. Pero no puede negarse la existencia de seres malignos.
Observo cada templo de interés arquitectónico y unos cuantos han eliminado las esquinas. Por algo ha de ser. Conocí un hospital con insinuaciones de lo mismo, sin zócalos en los que se aloje el polvo o virus o gérmenes, todo liso, facilitando así la expulsión de todo lo dañino. Fuera los marcos de ventanas, los cuadros colgados en la pared y los artificios de construcción rococó. La simplicidad, la luz y la ventilación han de ser la base en la construcción y me parece ver la cara que va a poner mi amigo Claudio, presidente de los arquitectos cuando lea esto, aun cuando sabe más que yo de estas cuestiones. El corazón humano carece de rincones y esquinas, es circular, por eso se mantiene puro y sin mancha.

martes, 28 de agosto de 2007

Umbral



Por Miguel Angel San Martín

miguelangelsanmartin@mail.com

Recuerdo que una vez, en la España de finales de los '70, vi aparecer en la tele a un señor muy alto, muy estirado, con cabellera lacia cayendo en cascada sobre sus hombros (lo que rompía el panorama de los restos del franquismo que aún quedaba en las costumbres) y unos lentes gruesos de miope con marcos de plástico, exagerados. Habló y su voz fue consecuente con la figura: profunda, ronca, fuerte...silabeando cada palabra en forma marcada...y con sonsonetes nasales...por qué no decirlo, ¡exagerados!. Como hacía poco que había llegado a radicarme en España, hasta su nombre me sonó a excesivo: Paco Umbral.
Tras la primera impresión que me causó su presencia en la ventana de la tele, me quedé para escucharle. Sus palabras siguen resonando en mi con la misma profundidad que el tono de su pronunciación. Y luego le escuché muchas veces y sus palabras dieron paso a sus ideas, a su creatividad, a su brillantez. Se esté de acuerdo o no con sus planteamientos. Personalemnte sigo pensando lo mismo: exagerado. Todo mayúsculo en el Francisco Umbral que se acaba de ir, a los 72 años de edad. Seguro que fue por eso que le dieron el Premio Príncipe de Asturias de Literatura. Tal vez fue lo mismo que recibió el Premio Cervantes de las Letras. Y han sido quizás por eso las carcajadas -también- exageradas del Rey, en conversaciones apartadas en los jardines de Palacio...
Umbral llenó las páginas de algo así como cien libros, todos con éxito. Y lanzó sus latigazos desde la prensa escrita. O su voz profunda atronaba las tertulias radiales. Porque no estaba quieto: escribía y hablaba con igual soltura, y a cada rato. Prolífico y profundo; grandote y exagerado; las letras hispanas, el pensamiento de la naciente democracia; el talento inteligente, se acaba de ir. Y no es que comparta al cien por cien sus ideas y sus posiciones. Lo que ocurre es que comparto al cien por cien su talento, su cratividad, su calculada y genial exageración... Envidio al Jardín del Edén porque lo va a tener paseando por sus pasajes, su voz atronando incrustada en el paisaje de flores eternas, alentado por los otros grandes que allí encontrará. ¡Vaya tertulia, mi amigo...vaya tertulia!.

lunes, 27 de agosto de 2007